Camino de Herradura

Les aseguro, sin temor a equivocarme, que muy poca gente tendrá la oportunidad en su vida de conocer a héroes reales, yo estoy sentado a la mesa con seis. Pero relatar esta historia requiere contextualizarla.

Invitado por el concejal Leandro Giubergia  y por la subsecretaria de Coordinación Educativa, Vanesa Humacata llego hasta el fastuoso Complejo Ministerial. La intención es hacerle una entrevista a la ministra María Teresa Bovi, pero ella tiene preparada una sorpresa mucho mejor que un ida y vuelta de preguntas.

Me invita a sentarme en su despacho, charla con el edil jujeño, hablan de acciones conjuntas, de hacer más eficiente la iluminación que rodea al Complejo, de la necesidad de instalar algunos semáforos. Yo, respetuoso, espero mi turno. Antes de poder hacer la primera pregunta, la ministra se levanta y nos invita a conocer el edificio que tiene varios espacios sin ocupar, ese mini tours tendrá un final inesperado.

Tras recorrer el edificio llegamos al segundo piso, allí nos espera un custodio con un impecable traje gris, abre una puerta que nos permite ver la mesa de una sala de reuniones donde hay seis docentes y la sorpresa que me tiene preparada la ministra. Con una sonrisa y un ademán nos invita a pasar a mí y a Leandro.

Los seis docentes son directores de escuelas que quedan en el Camino de Herradura, en el valle, cerquita del cielo y lejos de todo atisbo de modernidad. Seis escuelas, entre todas no juntan 60 alumnos, aun así los maestros caminan hasta 12 horas para darles a los chicos un futuro, para leerles un cuento, prepararles cinco comidas al día e iluminar esas noches llenas de estrellas con la luz del conocimiento.

 La ministra les deja en claro que no han sido invitados, sino que esa es su casa y que pueden y deben venir todas las veces que sean necesarias. Bovi sólo conoce a través de Vanesa, la situación de esas escuelas, es que la subsecretaria de Coordinación Educativa, salió de su despacho para caminar durante las 12 horas que dura el raid de los maestros. Pero ahora la titular de Educación quiere oír de boca de los docentes de sus carencias y dificultades.

Yo sólo tengo mi libreta, es una reunión oficial y yo soy un invitado, no me atrevo a grabar la conversación. Las historias de sacrificio de los docentes se suceden una tras otra, no puedo levantar la cabeza para mirar la cara de los directores de las escuelas, no escribía tanto desde la universidad, cada uno de los relatos es una muestra del heroísmo que ostentan estos maestros, que ya no conciben su vida sin sus alumnos.

Los niños que asisten a esas escuelas, cuenta Guillermo Duarte, van a clases 20 días al mes, duermen y comen en la escuela. Luego, durante 10 días, vuelven con sus familias. Los nenes, durante esos diez días lejos de las instituciones educativas, pierden su cualidad de niños, son pastores, labran a tierra, cuidan a sus hermanos. Por eso es tan importante para ellos la escuela, es el único lugar donde son verdaderamente niños.

Así como los docentes de estas latitudes no se parecen en  nada a los del resto del país, tampoco los alumnos son iguales, todos festejan cuando les dan más tarea, es una forma de mantenerse entretenidos, el conocimiento es su mejor juguete, su herramienta para entender la hermosa, pero arisca, geografía que los rodea. Son felices en la escuela, es su ventana a un mundo que queda lejos, a doce horas a pie.

Los directores en las escuelas del Camino de Herradura, marchan 12 horas cargando más de 10 kilos sobre sus hombros, para regalarles a sus alumnos 20 días de niñez.  Los docentes traen una lista de pedidos y la ministra no piensa esperar ni un segundo para poner manos a la obra, le pide a Vanesa Humacata que arme un grupo de Whats App con los maestros e incluya a Fernanda Montenovi, la secretaria de Equidad Educativa que ya se sumó a la reunión y no deja de tomar notas en su libreta.

María Teresa Bovi deja la sala de reuniones y me saluda con una sonrisa, nos prometemos una entrevista, pero ambos sabemos que contar estas historias es mucho más importante. Me quedo en la sala y sigo escuchando los relatos de los docentes. Así es como me entero que la primera vez que subís a cualquiera de estas escuelas, demoras unos tres días en recuperar el gasto de energía que significó la proeza física de caminar por sendas donde apenas caben los dos pies uno al lado del otro.

También cuentan que en sus escuelas no pueden aplicar los menús que exigen las nutricionistas del Ministerio de Desarrollo. “No podemos darles yogur con cereales a los chicos como desayuno, cuando amanece la temperatura oscila entre los 0 y los 5 grados bajo cero, los chicos necesitan algo caliente. También nos piden que limitemos el consumo de azúcar, pero no podemos, un niño en esos lugares gasta el doble y hasta el triple de energía que un chico en la ciudad, no podés hacer el menú con el manual de la facultad”, protestan los docentes.

Una de las maestras cuenta que para llegar a su escuela tuvo que supera un derrumbe, pero no cuando el derrumbe ya había ocurrido, sino mientras la montaña se caía a pedazos, corriendo para que las piedras no terminaran encima suyo logró ponerse a salvo. Bueno, todo lo a salvo que se puede estar en un camino de cornisas. “Todavía me quedaban como dos horas de camino, ‘es ahicito, ya llegamos’ me decía el baqueano, no sé si para alentarme o porque para él dos horas de caminata no es tanto”, cuenta la maestra, entre risas.

Si creen que eso no es suficiente peligro, otro docente cuenta que los pumas merodean los caminos que ellos recorren, buscan las ovejas y cabras de los habitantes de la zona, pero el problema es por esas sendas además de animales pasan docentes y los pocos vecinos que habitan en el lugar. Enseñar allí es una loable tarea, estos héroes sí llevan capas, porque mientras caminan por picos de hasta 4.000 metros sobre el nivel del mar, cruzan varias veces las nubes que le mojan la ropa y el calzado si no van bien protegidos.

Antes de irme me acerco a saludar a Silvina Velázquez, es la única docente que estuvo en todas las escuelas del camino de herradura, hace 20 años que transita las sendas para llevarles una esperanza a sus alumnos. Es una heroína que ni Marvel podría haber imaginado. Me agarra fuerte la mano y me dice, “hablá de las maestras, hay que empoderar a las mujeres que se animan a enseñar allá, ellas lloran de la soledad, pero no les queda otra que enseñar para llevar dinero a sus casas, no les queda otra que enseñar, sino sus alumnos, que son sus otros hijos, nunca van a poder salir adelante, hablá de ellas no de mí”.

Cierro la libreta y se me hace un nudo en la garganta, no sé cómo contarles a ustedes estas historias de heroísmo de la gente que tiene el superpoder de regalarles 20 días de niñez a sus alumnos.