Es 10 de diciembre, Alberto tiene un micrófono, aplaudidores, un estadio repleto, una elección ganada que lo lleva a la Presidencia de la Nación, lo que Alberto no tiene es poder. No puede decidir sus funcionarios, no puede elegir quién conducirá a su bloque partidario en la Cámara baja o la Cámara alta, Alberto solo puede prometer cosas que no sabe si podrá cumplir, porque para hacer cualquier cosa tiene que pedir permiso.
“Quiero convocar a la unidad nacional, a cerrar la grieta”, dice micrófono en mano. El kirchnerismo paladar negro explota en una carcajada. El único motivo por el que estos muchachos y muchachas gobiernan la Argentina es que inventaron una lucha irreconciliable, que enfrenta a lo que ellos llaman el pueblo contra una oligarquía y un grupo de desclasados. Claro que ellos representan al pueblo desde Recoleta y Puerto Madero, porque una cosa es representar a los pobres y otra muy distinta es acercarse a ellos, eso no lo hacen nunca.
Alberto inicia su gestión, sin un programa de gobierno definido, “hay que aumentar el consumo dicen”, pero eso no quiere decir que la producción vaya a aumentar, entonces poner plata, generar consumo y esas vagas directrices, lo único que logran es generar inflación. Cuando ¡de pronto flash! El COVID-19 golpea las puertas del mundo. Acá se establecen dos estrategias infalibles para controlar una pandemia mundial, la primera es hacer que la gente llene un papel que nadie sabe dónde dejar, ni a quien entregarle; la segunda es tomar té bien caliente para matar al virus. Imprevisiblemente esas dos brillantes barreras de contención, fallaron.
La pandemia llega a la Argentina y con ella nace el plan, encerrar a todos medio año (un poco más en realidad) y poner a funcionar la máquina de imprimir billetes. Los crocantes de mil pesos inundan el país. Tras un par de meses de emitir si control, los brillantes economistas del CONICET y los afines al gobierno se pasean por los programas de TV diciendo que el axioma de que la emisión genera inflación es mentira. Claro, es como tirarte del piso 100 y cuando vas por el piso 76 decir “se los dije, la gravedad no existe”. Pero la gravedad existe, el axioma de la emisión que genera inflación también, por eso la inflación interanual supera el 50%.
Pero lo más importante de la pandemia, es que le permite a Alberto una esperanza de cerrar la grieta, se reúne con Horacio Rodríguez Larreta, Axel Kicillof y salen los tres a dar una conferencia de prensa. La foto prometía ser histórica, pero se desdibuja porque 10 minutos después de la conferencia de prensa, el kirchnerismo paladar negro, con KiciLOVE a la cabeza sale a criticar al Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires y los acusa de ser responsables de todos los males del país.
Rodríguez Larreta, tibio como el café que me sirven en un coqueto bar frente a la Plaza Belgrano, decide no responder a las agresiones kirchneristas, piensa que así se calmarán las aguas, pobre iluso. La economía empeora, la pandemia se empieza a llevar amigos, familiares, ya no queda un hogar que no haya padecido los desaciertos sanitarios y económicos del gobierno, es entonces cuando los cultores de la grieta inventan el “ah, pero Macri”, para reflejar un universo de fantasía y un pasado bien parcial de lo que sería la pandemia con el expresidente a la cabeza.
La grieta no se cierra, se profundiza, a medida que el gobierno comete errores, Alberto sabe que la mejor forma de desviar la atención de los problemas es sumarse al “ah, pero Macri”. Se prende en el tren del kirchnerismo paladar negro y luego de muñequear en los pasillos judiciales logra que Boudou, un emblema de la corrupción kirchnerista y Luis D’Elía, el más paladar negro de los paladares negros, sean beneficiados con prisión domiciliaria.
Con estas dos decisiones “judiciales” nacidas al calor de su Gobierno, Alberto se cae dentro de la grieta y salir de ahí se hace imposible. Para pero de males, entre semana nos enteramos que mientras encerraba al 90% del país, en la Quinta presidencial desfilaban actores, actrices, productores, empresarios, diputados, peluqueros, personal trainner, se hacían reuniones sociales, se celebraban cumpleaños. Lo que estaba vedado para el resto de los mortales, estaba permitido para la oligarquía de Recoleta y Puerto Madero.
Pero ellos pueden hacer lo que quieran, ayer un miembro de esa oligarquía, que no tiene que estar preso como el resto de los mortales que es condenado, decidió amenazar al gobernador de Jujuy. En una referencia absoluta a dispararle en la cabeza a Gerardo Morales, tuiteó: “Gerardo Morales le dijo a; Santiago Cafiero, Alberto Fernández, Sergio Massa y Máximo Kirchner que «Indultar a Milagro era un como si le pegarán a El un tiro en la cabeza» Nunca me lo digas a mi Gerardo Morales”.
Lo primero que me sorprende es como alguien que supuestamente es docente tiene una ortografía que no le hubiese permitido pasar segundo año del secundario. Lo segundo es como le permiten a un preso no sólo comunicarse a través de cualquier medio que le plazca, sino que además se da el lujo de amenazar a un Gobernador.
“Nunca me lo digas a mí”, bravuconea el delincuente condenado. Escuchame gordito, dos consejos, el primero aprendé ortografía. El segundo, Gerardo Morales, Juan Manzur, Axel Kicillof, pueden decirte a vos lo que se les dé la gana, a ellos los eligió el pueblo para ser su voz, vos en una elección, no juntas ni para representar a tu cuadra en el centro vecinal. Buen domingo y “ah, pero Macri…” para todos.