Hay sol, es mediodía, una jornada ideal para los bares del coqueto Palermo porteño. Tres jóvenes debaten airadamente sobre política. Lejos, muy lejos de Jujuy, hablan de la injusta detención de Milagro Sala y aseveran, sin temor a equivocarse, que “la mayoría de los jujeños” apoyan a la dirigente popular.

Dos de ellos se arrogan la representación de la “mayoría de los jujeños” porque conocen Jujuy y “hablaron con la gente”. Sus siete días en la Quebrada de Humahuaca, en pleno carnaval, con las caras pintadas y sus buzos de lana de llama comprados en la plaza, les dan, según ellos, argumentos suficientes para defender a la figura más controversial de la historia jujeña.

Dicen a viva voz que las causas fueron armadas, que los jueces que condenaron a la dirigente son “puestos por Morales” y otras tantas afirmaciones que aseguran haber leído en distintos portales y libros que se han escrito sobre Milagro Sala. Mientras proyecto la escena para escribir esta columna, miro el celular. Tengo la tentación de llamar a Sebastián Albesa, quien fuera querellante de la Fiscalía de Estado en las causas contra la extitular de la Tupac Amaru, pero no quiero que esta columna se convierta en un sinfín de intríngulis legales, no es la intención de esta editorial.

Mientras espero la cuenta en el coqueto bar de Palermo, escucho que los jóvenes repiten el axioma de todos los defensores de Milagro Sala, el que ella misma les enseñó, “la condenan por ser negra, coya e india”. Esta frase siempre me sorprende, pero sobre todo de aquellos que dicen haber “hablado con la gente” en Jujuy. Tal vez no notaron que acá, somos casi todos, de una forma u otra, más o menos, negros, coyas e indios. No sólo eso, mantenemos vivas las tradiciones que nos legaron nuestros ancestros coyas e indios, festejamos la Pachamama, los solsticios, la última cosecha. Es nuestro legado y nuestro orgullo.

Pero en Buenos Aires, donde la culpa por tratarnos de “cabecitas negras”, donde la discriminación contra paraguayos y bolivianos sigue vigente, la frase de Milagro Sala enciende las pasiones del progresismo de Recoleta y Puerto Madero. Como dice el Presidente, ellos vinieron en barcos de Europa, eso les permite señalarnos con el dedo y decirnos “ustedes discriminan a esa pobre mujer”, porque siempre es mejor ver la paja en el ojo ajeno, que la viga en el propio.

Se han escrito, sobre la extitular de la Tupac Amaru tres libros. Uno los escribió Sandra Russo, que simpatiza abiertamente con el movimiento político que le dio poder a la dirigente. Otro lo escribió Horacio Verbitsky, con el mismo perfil que Russo y el tercero fue obra de una gran periodista, Alicia Dujovne Ortiz. Los tres tienen la misma base, una extensa entrevista a Milagro Sala, a sus seguidores o a su abogada. Sus obras y la estructura política que armó merced a haber montado un estado paralelo, son siempre el tema de los libros.

Los tres libros tienen algo en común los escribieron periodistas que no viven en Jujuy. Era de esperar, cómo podríamos los jujeños contar nuestra historia, si somos negros, coyas e indios, que necesitamos de ellos para que nos expliquen cómo vivimos los años en los que su nueva heroína era la mandamás de Jujuy. Ellos de verdad se creyeron la frase de Milagro Sala, porque desde allá lejos los corroe la culpa de ser el núcleo de xenofobia y discriminación más grande de la Argentina.      

Antes de instalarme en Jujuy, vine 15 años, viví a pocos kilómetros durante mucho tiempo, pero nunca pude decir, con seguridad, “conozco a los jujeños”. Es imposible conocer esta provincia, hay que vivirla, sus tiempos son distintos, la inmensidad del paisaje que los rodea los hace tener un concepto del tiempo y la distancia distinto al que cualquier foráneo pueda comprender.

Tengo como costumbre, sentarme en bodegones jujeños, en su mayoría ubicados en inmediaciones de la vieja terminal de ómnibus, donde el picante de pollo y el vino servido en jarra de un cuarto, me llena el estómago y el alma. En esos lugares, las conversaciones de mesa a mesa son habituales. Para mí, esas charlas, son siempre una fuente de información que no tiene precio.   

Allí aprendí algunas cosas. La primera, es que  hasta el 2015 nadie sabía a ciencia cierta quién gobernaba Jujuy.  Eduardo Fellner era, en los papeles, la máxima autoridad de la provincia, pero Milagro Sala, era quien manejaba los programas de viviendas, las entregas de terrenos, las usurpaciones, entre otras tantas cosas. Todo lo hacía con la anuencia del Gobierno nacional.

Otra cosa que aprendí, es que el apoyo de la “mayoría de los jujeños” jamás fue real. Milagro Sala y sus candidatos se presentaron en dos elecciones, en 2013 y en 2015 y jamás superaron el 12% de los votos. En esas dos elecciones, en Jujuy, gobernaba el kirchnerismo. Nadie le robó votos a la dirigente social, simplemente no la eligieron, esa “mayoría” no es tal, nunca existió.   

Gerardo Morales, tal vez, no sea el tipo más querido de Jujuy, pero la gente lo elige. Lo eligió en el 2019, cuando el macrismo había destruido el país, cuando su alianza con Mauricio Macri hacía peligrar su reelección. En gran parte los jujeños lo eligen porque no es Milagro Sala, porque encarna lo contrario a ella, porque habla de paz y diálogo.

En las calles, en el bodegón, el bar céntrico las críticas o los elogios a Morales se hacen sentir. Eso es lo que la gente valora, poder hablar abiertamente de lo que no le gusta. Sala no permitía la queja, ni en público ni en privado, jamás se podía  cuestionar sus decisiones los pocos que se atrevían a hacerlo se exponían a escarmientos que iban desde la violencia física hasta el desalojo de su casa.

Milagro Sala no es la “negra, coya, india, pobre” que ella pregona. Es millonaria, tiene propiedades por más de 70 millones de pesos, le secuestraron 12 vehículos alta gama. Nadie sabe cuánto cobró por ser la titular de la Tupac Amaru, sólo sabemos que ella es parte de la oligarquía económica que tanto les gusta criticar a sus seguidores.

En Jujuy, lejos de las charlas de los coquetos cafés palermitanos, nadie, pero nadie, quiere volver a los tiempos de Milagro Sala, el mito porteño está muy lejos de la realidad, esa que no quieren ver porque los que se la mostramos somos, negros, coyas e indios y nuestra opinión, para ellos sigue estando vedada.