Domingo de campeones, como casi todos los domingos en Argentina. Pero este tiene un sabor especial, esta vez sí salimos campeones de algo. Yo disfruté en un íntimo círculo. Como miles de argentinos me infecté con COVID-19. Mi asilamiento se convirtió casi en un retiro ignaciano, de contemplación, filosofía y análisis. Estas últimas 24 horas sin fiebre sirvieron para que mi casa se convirtiera en una mesa de debate que dio como resultado dos columnas editoriales que pueden leerse acá y acá.
Pero además, cuando uno enfrenta una enfermedad que mató a más de 4 millones de personas en el mundo se vuelve más contemplativo de algunas situaciones. Eso me lleva a nuestros más recientes sucesos nacionales. El 9 de Julio, festejamos el cumpleaños de nuestra patria, nuestra verdadera independencia. Los festejos en Tucumán no fueron lo que se esperaba. Pese a que los locutores oficiales intentaban ponerle la parodia épica que caracteriza a las acciones del kirchnerismo-albertismo, afuera había una batalla campal entre manifestantes y policías.
El discurso de Alberto, con su simulada épica independentista, diciendo que no se arrodillaría ante ningún laboratorio extranjero, condice muy poco con sus acciones de haber pagado 20 millones de vacunas que llegarían hace 5 meses y que hoy, con casi 100 muertos en el ropero, no tenemos ni podemos reclamar. Su cantaleta de “ah, pero Macri”, sólo sirve para arengar a la tropa más palurda, porque los más inteligentes de su sector ya empezaron a dudar si fue una buena idea votarlo y toda la “ancha avenida del medio”, está a un punto de inflación de curvarse hacia la derecha (la otra derecha, no la K).
Además pidió perdón a Bolivia porque supuestamente Macri envió material represivo a ese país para contener las protestas sociales y que ese material sirvió para que las fuerzas de seguridad golpearan manifestantes y “le dieran palos a la voluntad del pueblo”. Lo raro es que poco le importó la represión que se llevaba a cabo a 300 metros de donde él daba el discurso, porque los palos sólo se condenan cuando se dan fuera del país y cuando el que lo reparte no es amigo de Cristina.
Lo grave es que esto se repite en cada lugar que el Presidente de la Nación decide visitar. De aquellos escraches, contra Mauricio Macri y María Eugenia Vidal, que fueron motivo de festejo para el kirchnerismo, casi nadie se acuerda. Hoy resuenan estos, en cada lugar donde Alberto Fernández posa un pie, hay comerciantes, ruralistas, militantes políticos y ciudadanos de a pie, listos para increparlo. Una tendencia que en época electoral se torna muy peligrosa para los intereses del kirchnerismo.
Los tiempos se agotan, sólo 12 días nos separan de la presentación de listas y en el oficialismo no se avizora un solo candidato potable. Lo mejor que tienen para exhibir en Provincia de Buenos Aires es Daniel Arroyo, el ministro de Desarrollo Social. Es decir, lo mejor que tiene el kirchnerismo es el protagonista del primer escándalo por sobreprecios de esta gestión. Las últimas elecciones de medio término las perdieron con Cristina Kirchner de candidata, siendo oposición, con todas las posibilidades discursivas y con la ventaja de que gobernaba, y muy mal, Mauricio Macri. Poner un candidato tan débil a pelear el territorio político más importante del país es, como mínimo, muy osado.
Juntos por el Cambio es un mamarracho. Su ala radical, en provincia de Buenos Aires ya cerró filas detrás de Facundo Manes y se trajo a Emilio Monzó como armador, algo que no es un dato menor. La UCR encolumnada detrás de un outsider puede ser un escollo grande para la el PRO que quiere llevar a Diego Santilli, un porteño hecho y derecho a provincia. Los de amarillo tienen todas las de ganar en la interna, pero si pierden arrastrarán en su derrota, las intenciones presidenciales de Patricia Bullrich, Mauricio Macri, María Eugenia Vidal y le dejarán la candidatura casi servida a Gerardo Morales. Tranquilo Santilli, sólo te estás rifando el futuro político del PRO, sin presiones.
Por otro lado, también empezó a armarse Florencio Randazzo, otro exkirchnerista que, claramente, busca volver al kirchnerismo por la puerta grande. Con la misma estrategia que Sergio Massa, ahora se muestra como un férreo opositor, amenaza con cárcel a los corruptos de La Cámpora y el albertismo, un show que ya vimos y a esta altura aburre demasiado. Seguramente buscará aliarse con Juan Manuel Urtubey y algún otro descarriado K, que quiere volver, pero haciendo mucho ruido, para poder negociar un buen espacio al calor de mamá Cristina.
En la provincia, en el oficialismo, no hay mucho que discutir. Seamos sinceros, podemos hablar en el café, en el comité, en los recovecos de la casona de San Martín 450, en los asados de la “mesa chica”, de la “mesa grande”, de la mesa mediana que se cree “la chica”, pero lo cierto es que si Gerardo Morales no sube el pulgar, no habrá candidatura. Después de la paliza electoral del 27 de junio ¿por qué no soñar con ganar las tres bancas que están en juego? Esto dejaría a Morales con cuatro legisladores en la Cámara Baja y una presencia distinta a nivel nacional.
La pregunta es qué hará el peronismo. La derrota del 27 de junio no hizo más que agravar la crisis que se vive dentro del Partido Justicialista. La tensión llevó a un enfrentamiento a los gritos dentro de la sede partidaria, entre Rubén Rivarola y Julio Moisés. Al parecer, estar sumidos en su mundillo no los dejó ver el contexto. Al menos en los papeles, ni yendo juntos tienen posibilidades de derrotar al frente oficialista. Pero si van separados, si son ellos mismos sus propios rivales, la paliza va a ser abrumadora.
Por otro lado a nivel nacional, no quieren ni pensar en la posibilidad de perder un escaño en la Cámara baja. El oficialismo nacional necesita todos los parlamentarios que pueda reunir. La tan mentada Reforma Judicial depende de una mayoría legislativa kirchnerista y Cristina Kirchner no está dispuesta a poner en riesgo su libertad ambulatoria por una rencilla partidaria. El mensaje fue claro: “hay que ganar la elección porque la jefa corre riesgo de ir presa y si va presa ella, es una luz verde para que todos terminemos en cana”.
Las opciones son dos y ninguna cierra en el PJ vernáculo. La primera: vamos todos juntos como si fuéramos amigos y cuando te dije que vos eras el socio de los negocios sucios de Morales te estaba jodiendo y de cuando vos me dijiste que era el soldado idiota de Milagro Sala ya ni me acuerdo. Esa posibilidad está casi descartada, la otra es usar las PASO para lo que sirven dirimir internas partidarias con el dinero de los pocos que pagan impuestos en este país. Extrañamente esa también está casi descartada, si bien se espera que algunos sectores díscolos se sumen al PJ de Rivarola, está casi todo dicho y el peronismo volverá a ir fraccionado en la provincia.
Morales, con las posibilidades a su favor, espera agazapado el momento de dar el salto nacional de cara al 2023.